La ficción es un lente desde el cual podemos mirar las transformaciones históricas del concepto del amor hasta el punto de cuestionarnos qué es mito y qué es realidad. Si eres escritor, lector o ambos, esta nota aportará elementos a tu imaginación para futuros textos y lecturas.
En el Occidente medieval, el amor de pareja hombre/mujer se representó de dos formas: amor eros y amor ágape. El primero divinizaba y adoraba el amor en sí mismo, tenía como móvil la pasión y se creía que podía llevar a la locura, a una renuncia al mundo, a la misma muerte; a menudo se trataba de un amor improbable, con sólo dos vertientes: construir o destruir. El segundo tipo no se daba exclusivamente en pareja, sino que trascendía y era considerado fraternal, piadoso; hablamos de un amor hacia el prójimo, cuyo origen se le atribuía al Dios judeocristiano y por lo tanto debía conservarse puro.
Las creaciones literarias medievales están plagadas, en su mayoría, de amor eros donde los sentimientos nacían sin encuentros meramente físicos: bastaba una mirada, escuchar la descripción de alguien considerado digno o un sueño, creando así un romance idealizado. Dentro de esta clasificación existen subcategorías, entre ellas está el amor cortés: concepción del amor como una expresión del placer humano que proporciona felicidad y nace entre un hombre y una mujer.
Otra idealización del amante surge en el Renacimiento, uniéndose al debate incesante sobre la existencia o no existencia de un Dios. Desde convertir al ser amado en nuestra religión, como en La Celestina de Fernando de Rojas, hasta postulados filosóficos derivados del pensamiento platónico. Tal es el caso de Marsilio Ficino quien, en su obra titulada Sobre el amor, propone que el hombre intenta hallar sentido a lo sobrenatural de la vida y en ese camino encuentra refugio en otro ser humano. Asimismo, al escribir La Divina Comedia, Dante Alighieri presenta una fe en el amante por medio de la configuración de Beatriz: mujer celestial y representación de las más elevadas virtudes.
Por otra parte, en el Siglo de Oro emergieron nuevas perspectivas acerca de los amantes idealizados. Miguel de Cervantes Saavedra usa la sátira como ruptura de las tradiciones caballerescas que abundaban en las obras literarias de la época. Los personajes creados en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha son antítesis de los arquetipos que las novelas de caballería, como el Amadís de Gaula, enaltecieron. La figura de Dulcinea de Toboso es el mejor ejemplo para comprender el giro burlesco que encontramos en la novela del autor español: una mujer que alimenta cerdos es vista por don Alonso Quijano como la más bella, noble y extraordinaria doncella, aunque jamás intercambiaron palabras.
Finalmente, queda a criterio de cada lector su identificación o rechazo ante las tradiciones de amor halladas en los más famosos textos de la literatura universal.
Lezlie Anahí Andrade Ruiz