Por Aidé Ríos
Comenzó el día posterior a nuestra ruptura. A ratos más intenso y a ratos más tolerable pero siempre ahí, ahí estaba, ahí estabas… Al principio era fastidioso intentar concentrarme con ese ruido. Hacer mis actividades acompañada de él se había vuelto una rutina, había días que era más sutil, pero otros que era realmente taladrante e incluso sofocante. ¿Por qué gastar mi energía con tu recuerdo? ¿Por qué añorar el pasado y un futuro que había sido cancelado? ¿Por qué pensar en ti? ¿Para qué? No era algo volitivo y luchar con ello era aún peor, sólo quedaba resistir.
Ese maldito ruido de fondo me seguía día con día. No me permitía estar presente del todo con mi familia, con mis amigos, en el trabajo, en mi vida. Estar trabajando y de repente desconcentrarme era frustrante, pero sobre todo estar con las personas que quiero y de pronto alejarme de nuestra conversación para dedicarte esos momentos era desalentador porque no podía reír con todas mis ganas, no podía concentrarme ni disfrutar como quisiera de lo que estaba viviendo. Me frustraba estar frente a una amiga y notar cómo se desvanecía su cara y su voz para viajar a tu recuerdo, así pasaron días y semanas (por fortuna y por desgracia). Hasta que un día la vida se empezó a aclarar, podía pasar más ratos sin ese ruido presente, disfrutar más de mis días y de mi vida; de todo lo que estaba frente a mí, todo lo que habías contaminado de alguna forma. Y entonces por fin éste se difuminó y pude enfocar la cara de la amiga que estaba frente a mí, escuchar su plática sin distracciones y disfrutar su compañía, reír con mis amigos, leer mis libros, ver mis películas, escuchar mis canciones, jugar con mi perrita y divertirme sin aquel molesto ruido de fondo. Al final de cuentas ya lo dijo Rulfo: “No existe ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague…” y tú te apagaste, pero yo me encendí.